Cómo cualquier otro día, el sol calentaba las calles como en un horno, las palmeras se agitaban con el sutil viento que corría en las mañanas, estaba viviendo otra realidad. Ya las paredes no eran frías, ni las cuatro sábanas cubrían mi cuerpo. Los sueños muchas veces implican sacrificios y en esta nueva etapa hice uno que jamás imaginé. En este pequeño capítulo de vida llamado 'reconstruyendo pedazos' narro una de las etapas más increíbles, duras y llenas de sentimientos en mi vida. A ti, lector, te invito a formar parte de esto, en donde quizás tu y yo podamos aprender juntos aquellas cosas que no te lo dicen hasta que realmente lo vives.
Así que aquí comienza. Ser periodista siempre me resultó tan fácil pues había sido mi sueño durante toda mi vida. En el momento más duro y triste de mis años (siendo consciente que no sería la primera ni la última), intenté huir, intenté escapar de mi propio sufrimiento y me encontré sola, llena de vacíos y parches, parches que yo misma me había encargado de "reparar". Así fue como comenzó esta travesía.
Inspirada en mi madre; mujer luchadora, llena de vida y talento. En busca de mi lugar, emprendí un viaje a una nueva ciudad, una nueva vida. Mi profesión me permitió encontrar una vacante, la cual rápidamente fue respondida e incluso todo eso fue un misterio, lo había logrado, una nueva oportunidad para comenzar.
Pero la vida parece que nos juega algunas malas pasadas, cómo avisándonos de que no todo puede estar bien o ser muy bueno. Con mucha felicidad y sintiendo mi corazón como una pequeña al recibir un regalo por primera vez, comencé en lo que sería otro bache en el camino.
Cuando comenzamos en el mundo laboral, existen dos tipos de personas adultas con experiencia que si bien nos ayudan, otras intentan hundirnos, para mi buena o mala suerte había encontrado ambas, en el mismo trabajo y quizás en la misma persona. No fue meses después de sentir un agotamiento en mi cuerpo y mente que las 12 horas de trabajo empezaron a pesar. No conforme con ello, la persona en quien rápidamente confíe (error mío) jugó en mi contra. Un adulto con cerca de 40 años, quiso hacerme daño. Y no del daño que quizás físico pueda recomponerse, del daño mental y psicológico que te quitan las ganas de vivir y de seguir.
Embarcada en esa nueva ruta que la vida me había puesto por navegar, me encontré sola, sin amigos y con mi familia a 7 horas de distancia, que quizás no representan mucho pero en mi país y según la vida de mi familia, era imposible un encuentro. Ahora el dilema era luchar contra el acoso que estaba a punto de recibir. La rabia, el enojo y la frustración era mi día a día, no tenía ganas ya de seguir en donde estaba trabajando. Jamás me sentí tan humillada al saber que un hombre adulto inventada chismes sobre mi e intentaba manchar mi imagen solo por envidia, pero sí, existen personas así.
Luego de un tiempo y varias amenazas logré salir de allí, aún recuerdo el día en que con el dolor del alma tuve que poner mi carta de renuncia y despedirme de algo que tanto anhelaba, salir hacer reportajes, contar historias y conocer gente pero la vida me pintó nuevas rutas. Aquel día, lloré tanto y aún no entiendo si fue de felicidad o tristeza pero lo que sí sé es que aquel dolor me hizo seguir con vida y mucho más fuerte.
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